Leodovico es un tipo delgado y desgarbado al tiempo de aspecto fuerte, algo más alto de lo habitual para lo que es normal en la zona, de larga cabellara castaña y de rostro despoblado. Tiene aspecto del norte, tal vez normando o bávaro y halo, “frio”, de pertenecer a otro tiempo y otro lugar. A su llegada a la comarca sus ropas son poco más que harapos sucios, y sus pertenencias tan solo un laúd.
Llega a Berga como un juglar itinerante, reuniendo a los lugareños en torno a sus historias para conseguir alguna moneda o algo de comida a cambio de sus cantes y gestas de lejanos lugares e importantes señores, o de sus artes como malabarista y saltimbanqui. Su presencia llega a oídos del conde Wifredo, quien envía a varios de sus hombres para que lo lleven a su presencia, al castillo.
El juglar acepta a regañadientes, pues con él ese tipo de invitaciones no suelen ser habituales, pero tal vez su suerte esté cambiando y por fin pueda tener un señor que le de sustento a cambio de entretenimiento. Al llegar eso es lo primero que recibe algo de comer, a la espera de ser llamado por el señor del condado.
Wifredo no tarda mucho en mostrar su aburrimiento con lo cotidiano y querer noticias de lugares lejanos, las historias que debe saber un juglar, por lo que este comienza con lo que considera debe querer oír el conde. Historias de reyes y sus cortes, de nobles admirados, e incluso se lanza a recitar algún que otro verso. Pero el conde indica que no es eso lo que quiere, necesita historias de héroes.
Leodovico recurre entonces a la historias épicas, los cantares de gesta, las leyendas… caballeros valeros en la batalla, malvados crueles hasta el extremo, ante el ansia de más por parte del conde, esas otras historias si le gustan, y hacia tiempo no las oía contar tan bien como lo hacían los profesionales.
Pero esto dudará poco, con la incursión sarracena en la frontera de Berga el conde debe marchar con sus tropas en su defensa, y Leodovico quedará en el castillo con una pequeña guarnición, Fray Segundo y doña Agnès, la esposa del conde que se siente interesada por la novedad, y por la que deberá ir en misión de urgencia, enviado por el fraile, al monasterio de Santa Maria de Ripoll, donde conocerá al Oliba.
A la vuelta de la campaña en la frontera, Wifredo tendrá en su cabeza una duda: La Bocal Mundo. Que le será resuelta y desechada por Leodovico, que es conocedor de un secreto, mucho más importante y relevante, que marcará el futuro del juglar, de Wifredo y de toda la región.
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