sábado, 26 de septiembre de 2015

La batalla campal en la Edad Media

El equivalente medieval de los misiles balísticos intercontinentales, no era un “arma” táctica sino estratégica

El cine y la televisión ha recreado la batalla campal como un “clásico” medieval, donde las disputas y contiendas varias eran resueltas en una batalle épica donde soldados, caballeros y reyes luchan hombro con hombro para derrotar al enemigo, pero nada más lejos de la realidad.

En la Edad Media lo habitual eran las escaramuzas de frontera; las cabalgadas por territorio enemigo para destruir cosechas, pueblos, robar alimentos y riquezas, conseguir esclavos, hacer con prisioneros valiosos por los que pedir un rescate; las emboscadas sobre pequeñas unidades militares o personalidades que se desplazaban de un sitio a otros; los asedios sobre castillos o ciudades para conseguir tomar la plaza sin necesidad de hacer uso de una fuerza excesiva, etc. Lo habitual era huir de la batalla campal.

Este tipo de confrontación tenía lugar en contadas ocasiones, se empleaba para frenar invasiones, para poder fin una guerra larga que lleva a un continuo de escaramuzas que sembraba una devastación prácticamente sin fin, y situación similares. Entonces se recurría a la batalla campal, que era el equivalente a los misiles nucleares balísticos intercontinentales, no se trataba de un “arma” táctica sino estratégica.

Batallas de aniquilación en las que podían sucumbir reinos e imperios

Cuando un gobernante se planteaba una batalla campal estaba poniendo sobre el tablero no una victoria o una derrota más o menos honrosa, o más o menos humillante, estaba jugándose el futuro de su reino, condado, ducado, o la denominación que tuviera el territorio que controlaba. Pues entorno a un campo abierto se iban a reunir todas sus tropas: infantería, caballería ligera, caballería pesada, artillería (de existir), órdenes militares, nobles vasallos, clero militarizado, arqueros, etc. Enfrente tendrían un enemigo en las mismas condiciones. Y una vez indicia la lucha sólo podría quedar uno, como en Los Inmortales, un solo ejercito, siendo el riego tal que ni el propio gobernante tenía garantía de salir vivo.

Eran batallas de aniquilación en las que los muertos, sin distinción de rango, se contaban con decenas de miles o incluso cientos de miles, en las que reinos e imperios podían cambiar de manos, y por lo tanto se empleaban, no tan alegremente como en el cine, sino cuando eran el último recurso.

Algunos ejemplos de este tipo de confrontación serían “La batalla de Gaugamela”, que no es propiamente una batalla medieval ya que cronológicamente se incluye en el Mundo Antiguo, pero sí fue una batalla campal en sentido estricto y en la que se ve como dos grandes ejércitos se dirigen hacia la destrucción total de uno de ellos, y también como a la finalización de la misma un imperio, el Persa, cambia de manos; o “Las Navas de Tolosa”, en esta ocasión otra batalla en la que se enfrentan prácticamente todos los efectivos de los dos bandos combatientes, uno de ellos, el cristiano, en clara desventaja con respecto al otro, pero que tras una gran carnicería, el vencedor consigue que se desmorone la estructura militar, política y territorial del enemigo.