martes, 26 de junio de 2012

Lectores de Piratas, de Vázquez-Figueroa ¡Os necesito!

En Piratas, de Alberto Vázquez-Figueroa, se cuenta la historia de un “cazador de perlas” del Caribe español, allá por el siglo XVI, que obligado por las personas y las circunstancias termina siendo el temido capitán pirata Jacaré Jack, originariamente un pirata escocés, que se retira dejando su puesto, su barco y su nombre joven español.

Es una novela de aventuras trepidante, emocionante, con acción a raudales, abordajes, tesoros, islas exóticas, cantinas atestadas se gente de dudosa reputación y más dudosa moral, cañoneos entre barcos, romance… y un final conmovedor, que no deja indiferente.

Otros cinematográficos capitanes de navío pirata que surcan el Caribe en las pantallas de cine, quedan como simples aficionados del genero, cuando se les contrasta con el capitán Jacaré Jack, que sin necesidad me magia es capaz de transportarnos a la cubierta de su jabeque y hacernos sentir el sabor de la sal reseca sobre los sabios.

Tengo una anécdota de cuando leí esta novela, entonces me emocionó, y ahora lo sigue haciendo, con todo el bello de punta estoy. Estaba por aquel entones en Tenerife, y mi libro de “cabecera” para las tardes, entre la comida y la vuelta al trabajo, era Piratas, antes que él su lugar lo ocupó el protagonizado por Catalina Barrancas, también de Vázquez-Figueroa, y le sucedió Iacobus de Matilde Asensi, pero a lo que iba.

Final de la playa de Los Cristianos, en el sestero de una día de abril, en el paseo marítimo, en un banco bajo una amplia palmera, en las proximidades del hotel Gran Arona, ante mi la playa y más allá el Atlántico extendiéndose hasta el horizonte. Pasaba con avidez las páginas, pues se encontraban rebosantes de emoción, el capitán Jacaré Jack estaba siendo perseguido por otro pirata, despiadado, muy malo y con un barco más grande y con más cañones. La típica música de las películas de piratas, en un momento así, sonaba en mi cabeza. Tenía los ojos secos de no parpadear para no perderme nada, por lo que levante la vista del libro para estirarla en el horizonte.

Tras el monte-acantilado que cierra la pequeña bahía de Los Cristianos, por la izquierda mirando hacia el mar, de repente, comenzó a aparecer un foque, y tras él, el resto del barco. Era una goleta de palos y un solo puente. Con todas las velas preñadas, partiendo las olas con la proa, más bien clavándola en ellas, pues el mar andaba un poco revuelto. Increíble, pero no quedo ahí.

Apenas segundos más tarde, ¡otro barco!. Era más grande, tres palos, con buena parte de las velas al viento y seguía largando trapo. Su proa se hundía aún más que la del otro en el agua, la mura parecía quedar al nivel de las olas. Iba tras el primero y acercándose.

En ambos se veía a los tripulantes, pequeñitos, deambulando por cubierta, y algunos en las gavias. Con las muras ajedrezadas por lo cuadros de los portones donde deberían ir los cañones, que nunca se levantaron, nunca mostraron sus bocas y nunca lanzaron con estruendo bocanadas de humo y fuego. Los dos barcos se pusieron a la par, solo se veía un casco y cinco mástiles.

Cuando todo hacía presagiar que se lanzarían los garfios, se oiría un lacónico grito llamando “al abordaje” y rugirían los cañones… el pequeño enfilo hacia tierra, hacia el puerto de Los Cristianos, y el segundo puso rumbo mar adentro. Su presencia fue espectacular, las sensaciones tremendas, y como dije al principio, aún hoy, años más tarde, su recuerdo me emociona como en aquel mismo instante.

Si todavía no has leído Piratas, te la recomiendo, es una novela como hay pocas, y si ya la has leído, entonces es muy posible que te guste El Códice Negro, así que no lo dejes pasar y comienza esta nueva lectura.

Y por último, como ni soy afiliado de La Casa del Libro, ni tampoco tengo autorización expresa de la editorial ni el autor para poner esta reseña, antes de sablearme con requerimientos y demandas varias, tan solo un correo electrónico basta para que la borre del blog de El Códice Negro.



sábado, 23 de junio de 2012

De Lotario a Capeto y el fin del vasallaje de los Condados de la mano de Borrell II de Barcelona

Ya se vislumbraban por el horizonte los cuatro dígitos de año 1000, fecha fatídica para sus coetáneos, cuando en clara señal de su nefasto significado, Barcelona fue arrasada por Abu Amir Muhammad ben Abi Amir al-Ma afirí o el Victorioso por Alá, como se referían a él los musulmanes, por su concatenación de victorias y humillaciones a la que sometió a los reinos cristianos, donde se le conocía simplemente como Almanzor.

La destrucción de la ciudad tuvo lugar en el 985, época convulsa en la Francia occidentalis con guerra exteriores por el control del Verdún y Lorera contra el Sacro Imperio; sublevaciones internas en Flandes, Normandía, Aquitania, Bretaña, Gothia… Hugo Capeto nombrado duque de los francos; la Iglesia conspirando a uno y otro lado; y las intrigas por el poder que lo enmarañaban todo entre carolingios, otonianos, robertinos y los “recién llegados” Capetos. Con todo ese marasmo de conflictos abiertos el rey Lotario no puedo prestar ayuda a Borrell cuando éste se la solicitó ante el previsible ataque de Abu Amir Muhammad ben Abi Amir al-Ma afirí.

Lotario murió entre las intrigas palaciegas y las enfermedades, que también le atacaban en el 986, el 2 de marzo. Le sucedió su único hijo, el último carolingio, Luis V de Francia, también llamado el Insufrible, aunque también podría haber recibido el apelativo de “El Breve”, ya que su reinado tan solo duró un año, al fallecer en un supuesto accidente montando a caballo.

La temprana muerte de Luis llevó a la coronación, ese mismo año 987, de Hugo Capeto, duque de los francos, como rey de la Francia occidentalis. El nuevo rey mandó llamar a todos los señores de los territorios que componían sus descompuestos dominios para que le rindieran vasallaje como nuevo rey, y fue entonces, en el 988, cuando el conde Borrell de Barcelona, entre otros, no asistió a aquel llamamiento.

Esta ausencia consumó la separación de los Condados Catalanes, o condados de la Marca Hispánica, se independizaron de los reyes de Francia. Aunque esta “separación” no fue bien digerida por los soberanos francos, lo que llevó a la posterior unión de los Condados con el Reino de Aragón, en 1137 con le matrimonio de Petronia y Berenguer, pero no fue hasta 1258, cuando se firmó el Tratado de Corbell, entre Jaime I el Conquistador por parte de la Corona de Aragón y San Luis como rey de Francia, que quedaron zanjadas las cuestiones ultramontanas con la renuncia del primero a sus derechos sobre Occitania, y del segundo sobre los Condados de la Marca, o eso parecía, que la cosa quedaba ahí.

La pérdida de la Marca Hispánica seguía siendo una “espinita” clavada en los gobernantes de Francia, por lo que siglos más tarde retomaron la cuestión, que entró como botín de guerra en el Tratado de los Pirineos de 7 de noviembre 1659, por el que, según firmaron Luis de Haro por España y el cardenal Mazarino por Francia, poniendo fin a la Guerra de los Treinta Años, la Cerdeña pasaba a ser posesión de los reyes de franceses, quedando la frontera ya como es hoy, en el cabo de Creus.

Bueno, luego vino un tal Napoleón, ídolo en todos los psiquiátricos, quien pensó: por qué añorar la Marca cuando podía quedarse con toda la Península. Pero eso ya es otra historia…

Información fotografía:
Detalle de Cadaqués, anochecer entre la iglesia y el mar, en los confines próximos al cabo de Creus
Cámara Pentax 35mm 1/8s f2.6 0.00 ev ISO 100



sábado, 2 de junio de 2012

El ama de Agnes. La sombra tras los muros

El ama de doña Agnes está su servicio desde su llegada a Berga, es de origen occitano y cuenta con la total confianza tanto de ella como de su padre, al tiempo que es beneficiaria de algunos recelos por parte del conde Wifredo, aunque éste desconoce hasta que punto ella mira por sus intereses.

El ama estaba al servicio de padre de Àgnes, hasta que ésta desposo con Wifredeo de Berga y machó a los dominios de éste, a donde la acompañó. Tras sus costumbres austeras, comportamiento severo y su aspecto bonachón embutido en una vestimenta monacal y de amplia circunferencia corporal, se esconde el más fiel de los confidentes, el secretismo personalizado, que además vela por los intereses tanto de su señor como de su señora, lo que la mantiene en el filo de navaja, entre el deber y la traición.

En El Códice Negro el ama es un personaje omnipresente, siempre tras su señora, siempre velando por ella, siempre corrigiendo sus errores, siempre alabando sus aciertos, y siempre defendiendo los intereses de don Widredo. Quedando todo ello, en muchos casos, en la ignorancia de quienes le rodean.


Información de la imagen:
La imagen que ilustra este artículo ha sido extraída del web Rosalie’s Medieval Woman