Conde de Besalú, hijo de Bernardo, y por tanto sobrino de Wifredo de Berga, primo del abad Oliba y nieto de Oliba Cabreta.
Considera que su única misión en la vida es la reunificación de la Casa de Cerdanya, que en aquellos tiempos, tras la incorporación de Oliba a la disciplina benedictina en el monasterio de Santa Maria de Ripoll había quedado divida, ya que correspondía su titularidad a este último, pues optó por la vida monacal, su abuelo Wifredo de Cerdanya partió sus dominios, entregando Berga a su tío Wifredo y Besalú a su padre.
Guillermo consideraba que esos dos condados eran uno solo, y que al estar divididos eran más débiles ante las ambiciones de los señores de los territorios limítrofes, mientras que unificados de nuevo serian respetados y temidos por gente como Armengol o Berenguer, condes de La Seu y Barcelona respectivamente.
Esta posición de debilidad consideraba que se veía potenciada por estar su pusilánime tío Wifredo al mando de Berga, viejo e incapaz de plantar cara a nadie, obsesionado con fundar iglesias y monasterios, en la esperanza de que esa devoción le proporcionara algún tipo de protección divina, hasta su predecible retiro en San Martín del Canigó, al ser el cenobio más beneficiado por sus favores.
La reunificación debía hacerse antes del retiro de su tío, y evitar con ello su primo Bernardo fuera nombrado Conde de Berga, pues conocidos eran sus ánimos belicosos, y de haber conflicto debería capitanearlo él con una Cerdeña unida, y no su primo con Berga sola. Temores a los que debía añadir a su tía, doña Agnés de Carcassonne, quien tampoco veía con buenos ojos sus ambiciones anexionistas.
El tiempo juega a la contra con Guillermo y Wifredo, para quien sus ánimos no son desconocidos, lo sabe.
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